miércoles, julio 29, 2009

EL POST QUE NUNCA QUIERO ESCRIBIR.




Me hierve la sangre cuando veo las imágenes espeluznantes de los incendios. Como si el fuego entrara directo en mis venas haciéndolas arder. Cada incendio debería suponer una puñalada en la conciencia de todos, porque al fin y al cabo los bosques y los tesoros que esconden son nuestra responsabilidad y quemarlos es tirar piedras a nuestro propio tejado.

Duele el fuego.

Llamas, cenizas, muerte, destrucción, vidas sesgadas. No trae nada bueno y no existe nada que subsane el error o la intención de quien lo originó.

No hay incendio que me deje indiferente, pero es cierto que una es más consciente de la magnitud y las consecuencias que tienen si le toca de cerca. Si queman un sitio que amas o un rincón del que simplemente trajiste un buen recuerdo. Si pones cara a las víctimas anónimas que sufren tras el paso de las llamas.

Me cuesta mirar un bosque y que no surja el interrogante, la pregunta en mi interior de cuánto tiempo más podremos disfrutarlo así. Me resulta complicado plantar un árbol sin pensar que tiene fecha de caducidad. No creo que sea pesimismo, es quizás una visión realista, sólo hay que darse una vuelta por la España actual para comprender porqué me vienen estos pensamientos negativos a la cabeza.

De momento no me queda otra que esperar deseando con toda el alma que termine pronto el infierno de las llamas y que se encuentre rápido una solución eficaz para poner fin a esto que sucede cada año, para que no se vuelva a repetir.

2 comentarios:

Mayte dijo...

"Produce una inmensa tristeza pensar que la naturaleza habla, mientras el género humano humano no escucha".
Victor Hugo.

Lorena dijo...

Mayte: ¡Cuánta verdad en esa frase!. Un abrazo guapa!